Mariana Flores Melo - Oporto junto al mar: un hotel y varios planes para una visita diferente

Que Porto ha cambiado mucho en los últimos años no es ningún secreto. Y, como ocurre siempre que la afluencia de visitantes crece en un lugar, quienes la recordamos algo más solitaria y puede que incluso gris tendemos a pensar que cualquier tiempo pasado fue, sino mejor, sí más auténtico y encantador.

Un tic clásico para quienes los turistas siempre son los otros, cierto. Pero confesamos que resulta complicado controlarlo ante las absurdas colas en la Livraria Lello -a favor de las penas de cárcel para quienes se refieren a ella como “la librería de Harry Potter”- o las riadas de gente en Ribeira para acabar haciendo todos, nos incluimos, la misma foto. La mejor, por cierto, se saca desde arriba del puente Luis I.

Pero renunciar a Porto porque haya muchos turistas sería una pena. O una tontería. La solución pasa por salirse un poco de circuito más habitual y montarnos una agenda propia que, en lugar de mirar al Duero, esta vez apueste por asomarse al mar.

Estamos en Foz do Douro, un barrio (freguesía sería el término real y correcto) residencial de Oporto. Pese al nombre, el Douro aquí ya ha desembocado en el Atlántico, que es el protagonista del paseo que recorre toda esta costa, desde el faro Falgueias hasta el puerto de Matosinhos.

Una zona de palacios señoriales que se asoman al mar y donde las clases pudientes pasaban los meses del verano. No quedan demasiados en pie, pero uno de ellos, del siglo XIX, nos acoge en este viaje.

Se trata del hotel Vila Foz, que combina una situación privilegiada, con unos servicios, trato e instalaciones de lujo y una cocina muy interesante. El chef Arnaldo Azevedo combina producto local y tradicional con técnicas y presentaciones de alta cocina.

Y el resultado es un menú muy bien acompañado de una estupenda selección de vinos portugueses que por sí solo justificaría la visita. ¿Alguien ha dicho Estrella Michelin? Pese a la conocida racanería de la guía roja con Portugal, sería justo y deseable ver aparecer este nombre en sus páginas.

El hotel cuenta además con spa y piscina interior climatizada, un excelente desayuno que se puede tomar además en el jardín, y preciosas habitaciones con vistas al mar.

Si es mejor tener la playa a un minuto para un baño en las siempre frescas aguas del Atlántico, o por disfrutar de la bruma que algunas noches o días cubre el paseo queda ya a la elección y gustos meteorológicos del viajero. Este pasado verano lo segundo era una maravilla.

Quienes echen de menos el centro de Oporto, el hotel ofrece un servicio de transporte gratuito que en unos 15 minutos nos dejará junto a Ribeira.

De todos modos, nos es mala idea aprovechar las bicicletas disponibles para disfrutar de un paseo por la costa, bien en dirección al Duero y a Oporto, bien en sentido contrario, hacia Matosinhos.

A pie de playa, por cierto, una pasarela de lo más fotogénica también es perfecta para un paseo sin prisas.

Quienes estén pensando en los tranvías (Eléctricos, así se les conoce), lo cierto es que la línea 1 tiene un recorrido muy bonito por toda la orilla del Duero. Eso sí, hay que recordar que, a diferencia de Lisboa, aquí estos tranvías son eminentemente turísticos.

En el barrio de Boavista -a menos de media hora caminando desde Foz- visitar el museo Serralves es también un buen plan en esta ruta un tanto diferente.

En realidad se trata de varias visitas, puesto que el espacio reúne unos jardines en los que el Treetop Walk Serralves se han convertido en una de las mayores atracciones, el Museo de Arte Contemporáneo y la Casa de Serralves.

Una buena combinación de arquitectura, arte y paseo por el jardín o las alturas que, seguramente, nos despierte el apetito. Por suerte, Oporto es uno de esos lugares en los que hay que esforzarse para comer mal. Lo habitual es triunfar en casi cualquier lugar.

Por ejemplo, un café con algún dulce en cualquier confitería además de ser muy económico nos permitirá descubrir que hay vida más allá del pastel de nata que, por cierto, aquí evitaremos llamar pastel de Belem. Eso es cosa de Lisboa.

Para algo más contundente, la francesinha -un sandwich superlativo muy popular en Oporto- es también omnipresente y en general están muy buenas. Las del Café Santiago tienen mucha fama. Cerca, en Casa Guedes el bocadillo de pernil (jamón asado) con queso es una delicia.

Y es que, no nos engañemos, a Oporto se viene a comer bien. Aunque si hablamos de comer pescado en realidad hay que salir un poco de la ciudad y acercarse a Matosinhos. Al menos es lo que hace la gente de Oporto y lo que nos recomiendan, así que para allá nos vamos.

Es un bonito paseo desde el hotel Villa Foz o un corto viaje en taxi. Desde el centro es también fácil llegar en transporte público a esta localidad en la que la enorme playa y sus asadores de pescado compiten por ser protagonistas.

El mercado siempre merece una visita, la calle central (Brito Capelo) por donde pasan los tranvías -estos sí, de verdad, no para turistas- es muy singular, y el humo y olor a sardinas de los asadores que los restaurantes tienen en plena calle Heróis de Francia (al final de la playa, junto al puerto), un auténtico espectáculo.

Y, hablando de comer bien, queda pendiente para la próxima visita cruzar al otro lado del Duero para perderse por San



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